HORACIO QUIROGA, Un desterrado

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Quizás su nombre les suene familiar, aunque esa sensación probablemente provenga de una confusión con un reconocido caudillo riojano. Horacio Quiroga nació en Salto, Uruguay, un 31 de diciembre de 1878 y vivió cuanto pudo hasta el 19 de febrero de 1937, cuando hospitalizado en Buenos Aires decidió evitar, mediante una dosis de cianuro, el pesar de llevar consigo un intratable e incurable cáncer gástrico. 


03/11/2015


Por Blas Agustín Carrizo. Estudiante de Letras.

Su tragedia final no fue una excepción en su vida (a los pocos meses de haber nacido, su padre muere por un accidente con una escopeta; varios años después un arma se dispara accidentalmente mientras la limpiaba y la bala alcanza el rostro de un amigo suyo, quien pierde la vida (este hecho influyó en su venida a la Argentina); en 1915 su esposa y madre de sus dos hijos se quita la vida ingiriendo una dosis más que letal de sublimado) pero no es por su mala fortuna que logró ser reconocido hasta en una pequeña revista de la Cuenca, sino por su escritura. Pero antes de la escritura es conveniente hablar de su vida. A los 23 años se trasladó definitivamente a la Argentina, siendo su primer destino

Buenos Aires, pero meses después acompaña a Leopoldo Lugones en un viaje a Misiones donde el ambiente lo absorbe y luego de idas y venidas por otras partes del país se establece allí, en los alrededores de las ruinas de San Ignacio.

En cuanto a su sustentabilidad, trabajó un largo tiempo como juez de paz aunque su desempeño en esta labor era más que mediocre, prefirió dedicar su empeño a otros asuntos. Es así que se convirtió en un trabajador de la tierra y además en un emprendedor e inventor, aunque con ideas que no tuvieron mucho éxito (como la destilación de naranjas y la fabricación del yateí, un dulce de maní y miel) igualmente es justo aclarar que la lejanía con Buenos Aires perjudicó el desarrollo sustentable de sus ideas.

Se puede decir que la vida de Quiroga no giró en torno a la literatura, la literatura giró en torno a ella, siendo muchos de sus escritos narraciones ficcionales de eventos de su vida. Nos demuestra que más que personas con una imaginación privilegiada los escritores son en su mayoría agudos observadores del entorno.


LOS DESTERRADOS

Aunque su libro de cuentos más conocido sea probablemente Cuentos de la selva, no es posible considerar la obra de Quiroga sin mencionar a Los Desterrados.

En este libro todas las narraciones son atravesadas por el ambiente y este toma gran importancia, pudiéndose decir que es la figura recurrente a lo largo de todos los relatos. La selva misionera y el clima participan activamente de la trama cumpliendo la función de modificadores y llevando casi siempre a finales trágicos o tragicómicos. Pero esta no es la única relación entre las diferentes narraciones, hay personajes que aparecen en varias ocasiones a veces explícitamente y en otras implícitamente, generando un ambiente familiar y reconocible a medida avanzamos con la lectura.

Los desterrados se divide en dos partes: El ambiente, compuesto solamente por un cuento nombrado El regreso de Anaconda, que toma lugar en lo profundo de la selva en donde los animales son personificados y luchan contra la falta de lluvias y la influencia del humano en su entorno. La otra parte, Los tipos, conformado por narraciones, cuenta historias de personas que en algún momento fueron respetables y dignas pero abandonaron parte de su ser para recluirse en la frondosidad de los árboles, se puede hablar de casi-hombres, historias rodeadas de alcohol, de aventuras y de tragedias también. Misiones, colocada a la vera de un bosque que comienza allí y termina en el Amazonas, guarece a una serie de tipos a quienes podría lógicamente imputarse cualquier cosa menos el ser aburridos. La vida más desprovista de interés al norte de Posadas, encierra dos o tres pequeñas epopeyas de trabajo o de carácter, si no de sangre. Pues bien se comprende que no son tímidos gatitos de civilización los tipos que del primer chapuzón o en el reflujo final de sus vidas, han ido a encallar allá.

Sin alcanzar los contornos pintorescos de un João Pedro, por ser otros los tiempos y otro el carácter del personaje, don Juan brown merece mención especial entre los tipos de aquel ambiente.

Extraído de Tacuara-Mansión

Misiones, como toda región de frontera, es rica en tipos pintorescos. Suelen serlo extraordinariamente, aquellos que a semejanza de las bolas de billar, han nacido con efecto. Tocan normalmente banda, y emprenden los rumbos más inesperados. Así Juan Brown que habiendo ido por sólo unas horas a mirar las ruinas, se quedó veinticinco años allá; el doctor Else, a quien la destilación de naranjas llevó a confundir a su hija con una rata; el químico Rivet, que se extinguió como una lámpara, demasiado repleto de alcohol carburado; y tantos otros que, gracias al efecto, reaccionaron del modo más imprevisto. En los tiempos heroicos del obraje y la yerba mate, el Alto Paraná sirvió de campo de acción a algunos tipos riquísimos de color, dos o tres de los cuales alcanzamos a conocer nosotros, treinta años después. Figura a la cabeza de aquéllos un bandolero de un desenfado tan grande en cuestión de vidas humanas, que probaba sus wínchesters sobre el primer transeúnte. Era correntino, y las costumbres y habla de su patria formaban parte de su carne misma. Llamábase Sidney Fitz-Patrick, y poseía una cultura superior a la de un egresado de Oxford.

Extraído de Los desterrados.