En nuestro segundo número de La Carbonera seguimos con este camino tehuelche en busca de revivir nuestras raíces: KOOCH, el Creador.
09/11/2014
Hace mucho tiempo, tanto tanto que no podemos enumerar la cantidad de años que han pasado; todo y nada se encontraba a oscuras, bajo las tinieblas húmedas.
Solo Kóoch que es eterno caminaba por esta inmensidad sin luz, Tal era el contexto que Kóoch empezó a sentirse solo, sentir como la tristeza lo invadía y comenzó a llorar, por mucho tiempo hasta que sin darse cuenta se acumula ron las lágrimas y así se formó el mar (Arrok).
Cuando el agua estaba por taparlo Kóoch dejó de llorar y suspiró, así dio forma al primer viento (Xoshem) que se abrió paso en las tinieblas, separando las aguas de la tierra.
Kóoch no podía ver nada a su alrededor, entonces haciendo un movimiento brusco con su mano, cortó la oscuridad y encendió una chispa a la cual llamaremos sol (Xáleshen) la cual se posó
sobre el mar calentandolo y dando origen a las nubes quienes inquietas por la bravía del viento empezaron a moverse,y chocando unas con otras mediante truenos y relámpagos mostraban su malestar.
CON SU MANO, CORTÓ LA OSCURIDAD Y ENCENDIÓ UNA CHISPA A LA CUAL LLAMAMOS SOL
Luego Kóoch se dedicó a la más compleja de sus obras. Hizo surgir del agua una isla muy grande, y decidió poner los animales ahí, los pájaros, los insectos y los peces.
El viento, el sol y las nubes encontraron tan bella la obra de Kooch que se pusieron de acuerdo para hacerla perdurar: el sol iluminaba y calentaba la tierra, las nubes dejaban caer la lluvia para refrescar las plantas y a los animales, el viento se moderaba para dejar crecer los pastos. La vida era pacífica y en perfecto equilibrio en la isla que había creado Kooch.
Entonces nuestro dios, satisfecho después de tanta tristeza decidió, alejarse cruzando el mar para dejar convivir en paz su creación. A su paso hizo surgir otra tierra cercana y se marchó rumbo al horizonte, de donde nunca más volvió.