“MEMORIAS QUE HABLAN”

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A modo introductorio quisiera conozcan brevemente la historia personal que no puedo obviar porque de allí se desprende mi objetividad profesional. En la niñez y adolescencia mi anhelo diario se caracterizaba en la espera de mi padre sano y salvo a mi hogar. 


03/11/2015

Por Gisel Elvira Barboza. Licenciada en Trabajo Social - UNLP.


FOTO: Virgencita Santa Barbara cuida a mi padre y a sus compañeros en el trabajo.  Amén


A MODO INTRODUCTORIO

A modo introductorio quisiera conozcan brevemente la historia personal que no puedo obviar porque de allí se desprende mi objetividad profesional. En la niñez y adolescencia mi anhelo diario se caracterizaba en la espera de mi padre sano y salvo a mi hogar. Mi padre Barboza Rosendo fue minero por 35 años en el Yacimiento Carbonífero Rio Turbio, el cual inserto por necesidad laboral a un trabajo sumamente arriesgado, laburaba a diario en el interior de mina del sector preparación de galerías. Entonces tanto las toscas que se desprendían del techo de la misma, los derrumbes continuos e incendios lo hacían vulnerable a él y a sus compañeros cada día y en cada hora allí en el socavón minero ubicado en la Provincia de Santa Cruz. Con el transcurrir del tiempo clarifique que aquel esfuerzo cotidiano de mi padre en la mina tenía un sentido más arribado en mi integridad y decisión particular.

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Ciertamente la nostalgia sentida desde muy corta edad por la llegada de mi padre, la realidad minera en la cuenca, los movimientos sociales exigiendo las reivindicaciones correspondientes al minero y la continua lucha por el no cierre de la empresa, conformaron las bases del arribo a la carrera de Licenciatura en Trabajo social en la ciudad de La Plata. En la Facultad hallé riquezas conceptuales y el inicio a un sinfín de problematizaciones e interrogantes ante los problemas, además las materias curriculares y la conexión entre ellas me proveyeron la base teórica y destreza para el análisis complejo de la realidad y el abordaje integral en las nuevas manifestaciones de la Cuestión Social.

En ese sentido considero que recae en la propia persona el oficio de Indagar exhaustivamente, el interpretar los hechos de forma hermenéutica y entender claramente los parámetros estructurales que impiden la efectiva respuesta a las demandas sociales, para que no solo los trabajadores sociales nos basemos en la planificación estratégica ante un caso, sino también en la masificación del proyecto ético-político de nuestra profesión en pos de generar prácticas transformadoras que pronuncien la concientización, reflexión crítica, la emancipación y el llamado protagonismo. El siguiente relato forma parte de una ponencia titulada; “El engranaje de las máquinas”, presentado en la Jornada de Investigación, Docencia y Extensión realizado en la Facultad de Trabajo Social de la UNLP en el año 2012.


“UNA TIERRA POR MUCHOS OLVIDADA CON GRANDES TESOROS POR POCOS VALORADA”


La historia de mi pueblo refleja pequeños avatares vividos por personas que evocan sentimientos de progreso, como también pueblerinos con desarraigos y tristeza por falta de oportunidades de otras zonas pertenecientes a la nación. Ya que muchos de los que habitan el pueblo minero son provenientes de Chile, y de provincias apartadas de la zona norte.

Comenzare por describir que el “Yacimiento Carbonífero Rio Turbio” no tiene eternos años, que es pequeña en su edad y en lo territorial. A pesar de la precariedad de sus calles y la no existencia de grandes sectores comerciales puedes convivir con la naturaleza y sentir tranquilidad, ya que el pueblo que distingo es particular, y a pesar que el orgullo de pertenecer a él es notorio, pretendo soslayar que mi objetivo se relaciona al foco de producción que hace coexistir a todos sus habitantes. Es un error como pueblerina que compartí experiencias profundas en el pueblo, mencionar  “sujetos que habitan”, como si hablara de personas separadas o con lejanía a la riqueza que brinda la misma naturaleza. En este aspecto me dirigiré a mencionar que se trata de “ciudadanos luchadores” que con sentimientos de pertenencia al lugar defienden sus ideales.

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Como anteriormente había planteado, deseo tratar de destacar a los lectores la prioridad que subyace la empresa minera como factor principal de trabajo y sobrevivencia de la cuenca. En este sentido, actualmente respeto las ideologías que contraponen a este tipo de explotación de riqueza, ya que como sujetos racionales tenemos derecho a reivindicar por objetivos que creemos indispensables para la vida humana, pero también anhelo que las sociedades conozcamos y seamos participes de la memoria que posee el lugar.

Evoco a los recuerdos vividos, allá por los años 90 ́, fecha que calculo conveniente para comenzar a relatar las sucesiones vividas y compartidas con los pueblerinos. Eran las 22: 20 pm, recuerdo que con ansias esperábamos sigilosamente a papá haciendo reojos por la ventana que da a la avenida principal, en nuestras manos el sándwich, el jugo y las pantuflas se hacían esperar, y mamá preocupada en la cocina preparando la cena. La llegada de mi padre era un acto de alegría, desde niños sabíamos que papa provenía de un trabajo arduo y cansador, no faltaban horas, ni siquiera minutos para no visualizar su rostro curtido y cansado.

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El hecho de pertenecer a un trabajo insalubre, no le hacía ser beneficiario de horarios correspondientes, ya que trabajaba ocho horas seguidas. A mi memoria vienen imágenes que destacan al jornalero del socavón minero; la indumentaria de trabajo era un buzo que mamá preparaba cada domingo, un buzo azul y desplanchado, con granos de carbón que no se quitaban.

Hoy distingo que el buzo sin planchar tenía sus particularidades, como también los botines de acero que cada día usaba. Ya que con mis sucesivos años, me pude dar cuenta que la rutina diaria de papá se dirigía a la explotación del carbón, a caminatas largas en la profundidad del suelo, a máquinas tuneleras que le estallaban la cabeza, y sobre todo la lucha al miedo.

El trabajo en este contexto no contaba con capacitaciones específicas, pero si era claro que todo hombre que ingrese debía poseer conocimientos de albañilería, o en su defecto aprender con la práctica. La empresa les demandaba la extracción de carbón, donde ellos organizadamente debían responder. El orden era implantado por supervisores de turno que acataban mandatos del jefe superior y éste a la vez impartía órdenes de los técnicos y administrativos más superiores.

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 Mi padre, como muchos otros mineros de su edad, compartía un sentimiento fervoroso por pertenecer a una empresa fabril que ellos consideraban su “segundo hogar”. Y en esto aclaro, que el hecho de convivir y pasar largas horas de su vida dentro del socavón, en el futuro les produjo extrañamiento y anhelos de volver. La institución fabril poseía sus reglamentos, los horarios de trabajo se debían cumplir para el buen funcionamiento de la producción y a la vez por una remuneración sin descuentos de días no cumplidos. “Mi trabajador”, porque así rutinariamente el mismo se enuncia, paso la mitad de su vida en este recinto laboral, lo he visto transcurrir los peores temores y sus mayores alegrías. Hago hincapié en el sentimiento que emanaba de su rostro y de su habla, ya que en mi niñez y adolescencia he evidenciado a un hombre que se desvivía por su empresa. Traigo como emotivo una frase, que en su momento la escuche vacía, pero que con los años supe clarificar.


“- ¡Vamos compañero!

- Todo sea por la empresa.

- A la mina hay que sacarla adelante.

- Si somos más podremos vencer.

- Esta mina es nuestra vida.”


Destaco que los trabajadores del contexto de los 90 ́ a los que relato, poseían alrededor de quince años de trabajo aportado, muchos de ellos provenían de trabajos que no satisfacían las necesidades básicas y la ilusión del progreso era el ideal que les hacia resistir una zona de extremo frio y lejanía. El transcurrir del tiempo conformó un sentido de pertenencia fuerte al yacimiento carbonífero, algunos jamás se fueron. Por otro lado la doble cara del modelo económico que se venía reflejando comenzó a tambalear la producción y a afectar bruscamente a muchos de los trabajadores. Esto fue motivo de múltiples retiros voluntarios que entristeció a muchos de los compañeros. Ya que la subjetividad propiamente dicha, entretejía un entramado de significaciones sociales que los propios mineros levantaban en lo alto y reivindicaban. Recuerdo que las organizaciones de lucha en defensa del cierre de la mina, eran inexplorables e inhumanas, ya que una de ellas consistió en un paro de más de 11 días (correspondiente a día y noche), donde aproximadamente 300 mineros se encerraron dentro de aquella fría y oscura mina. 

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La cuenca lo vivió y fue participe insoslayable de esta huelga, ya que como pueblerina oriunda puedo constatar que el lazo de compañerismo y unidad nos forjaba a seguir creyendo que la mina seguirá sobreviviendo. Y planteo la mina, como un espacio indispensable para la vida de sus ciudadanos, ya que de ésta fuente productiva dependen los pueblos de la cuenca carbonífera. A la vez considero que el acto de pertenecer a esta institución fabril, tuvo desencadenamientos subjetivos profundos, porque el socavón logro infundir en sus trabajadores y familias los ideales que a la institución le convenía para seguir creciendo. En este sentido reflexiono en el hecho de memoriar el sentimiento de mi padre y a su trabajo como elemento fundante en su vida, lo hizo ser en todo ámbito que atravesaba un sujeto adecuado a horas, a funciones y a ideales de luchar y sentir orgullo por el trabajo. Cabe destacar que llevar el buzo minero en mi pueblo implica el respeto por todos los pueblerinos, y constato en esto, que actualmente se sigue evidenciando este tipo de sentimiento, ya que se anhela pertenecer a dicha empresa.