¿QUÉ MIRAS?

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Vivimos en un tiempo-espacio mediado. Mediado por la computadora, por la televisión, por la publicidad y la propaganda; mediado por las nuevas tecnologías combinadas y re combinadas. Constantemente. Esta mediación cotidiana e imparable, que busca expandir esa pasión desorbitada (Arfuch, L; 2006; 76) por verlo todo, todo el tiempo (en vivo y en directo si es posible), además, se apoya en una pieza fundamental para funcionar: la naturalización de la misma. Ésta trae consigo el riesgo de caer en la banalización de la imagen, es decir, en la falta de criterio sobre el consumo desenfrenado de imágenes.


03/11/2015

Por Connie Vonscheidt. Estudiante de Licenciatura y Profesorado en Arte Audiovisuales.

Somos seres que condicionan la mayor parte de sus experiencias cotidianas a la función de mirar, confiamos más en lo que vemos que en lo que oímos o sentimos (aun cuando ésta pueda fallar). Analicemos un día cualquiera en nuestras vidas: ¿Quién no hizo gestos o mímicas al aire, tratando de dibujar algo que queremos comunicar pero que no sabemos ponerlo en palabras? ¿Cuántas veces hacemos referencias audiovisuales o visuales para hacernos entender? “como en los Simpson cuando...”, “en la peli esa que tal cosa...” o “¿viste que en la tele pasó tal otra cosa”. Esto es sabido por aquellos que controlan la producción de imágenes, sobre todo cuando la misma está subordinada al medio con fines comerciales/políticos (“son también los medios los que proponen políticas de la mirada e instituyen su pedagogía.” 1). Se nos ha vendido que “una imagen vale más que mil palabras” para que nos alejemos de cualquier tipo de criterio sobre la producción de una imagen (ya sea material o mental). Por eso es fundamental que sea acá donde ejerzamos algún tipo de quiebre con esto, siendo que, claramente, las imágenes han tomado el rol principal en la composición del lenguaje en nuestra cultura contemporánea. La producción de imágenes debe entenderse, entonces, como parte de un problema ético-político, sobre aquello que vemos, cómo lo vemos y cómo somos vistos, asociado a la propia construcción de identidad de una sociedad y de un individuo. A lo largo de la carrera de Artes Audiovisuales, si hay algo que me ha quedado claro es que fondo y forma (contenido y manera de contarlo) son conceptos indisociables, en constante dialéctica, clave para la construcción de sentido (propuesto y deseado). No sólo el contenido informa sobre lo que quiero contar, sino que lo hace también la forma en que lo haga, ya que ésta es la que generara determinadas lecturas, modificando el significado de ese contenido para el espectador. ¿A qué quiero llegar con esto?

A que es necesario que podamos distinguir ambos conceptos, y los componentes de cada uno. Es necesario aprenderlo (y es necesario enseñarlo), para tener las herramientas que nos liberen de ese consumismo desenfrenado y acrítico de imágenes. Imágenes que generan otras imágenes, pero mentales, y estas son las más peligrosas si no somos conscientes de ello, si no podemos hacer una lectura crítica y discernir sobre que quiero ver y como verlo, porque es ahí donde nos hundimos en la manipulación: de nuestros gustos, de nuestros consumos, de nuestras ideologías, etc.


“Debemos alejarnos del lugar de dispersión para empezar a tomarnos en serio los peligros del analfabetismo artístico”.


Pero hay un conocimiento específico que puede darnos esa libertad, y es el arte. El arte entendido, no como aquel talentoso que pueda pintar, cantar, danzar en pos de “expresarse”, sino como una esfera específica de conocimiento, que puede concedernos un entendimiento sobre las experiencias y reflexiones cotidianas que otros conocimientos no pueden alcanzar o proveernos. Esto se sintetiza en un concepto fundamental: la mirada. No como un simple ver, sino realmente mirar, prestar atención, distinguir, recortar, fusionar. Si revisamos la historia de la educación artística, se la ha reducido a un lugar de mera expresión y esparcimiento 2, generado tanto por políticas de estado sobre esta rama como sustentado por una sociedad acorde que la subestimaba frente a los conocimientos de las ciencias exactas (“útiles para la vida”). Ahora bien, como mencionaba anteriormente, nuestra sociedad actual gira en torno de lo visual, de manera indisociable a nuestras prácticas cotidianas, siendo la imagen (en todas sus plataformas) la unidad que el lenguaje de los medios utiliza (por tanto, nuestro lenguaje también). Por este motivo, el lugar de la educación artística se resignifica (o debería) para cubrir la falta de conocimiento y manipulación de ese lenguaje, ahora tan significativo en nuestras vidas. El objetivo de la misma debe disponerse sobre la noción de educar la mirada 3, definir el conocimiento específico de la materia, en todas sus vertientes, para estimular la apropiación de una mirada crítica y consciente, que nos permita “leer” ese lenguaje tanto como “escribirlo”, pudiendo generarnos los espacios necesarios para la reflexión, fundamentales para el crecimiento personal y por ende, como sociedad. Debemos alejarnos del lugar de dispersión para empezar a tomarnos en serio los peligros del analfabetismo artístico: la manipulación o inexistencia de una consciencia social e individual; la vida reducida a la experiencia concreta frente al vaciamiento de metáforas; la posibilidad de la abstracción y la reflexión que excede la dimensión de lo terrenal. Estas son piezas fundamentales para la maduración de la parte psíquica de cualquier ser humano, la que nos define frente al otro, social, cultural y políticamente hablando. Dejemos de lado los atracones de ver y frenemos un poco esa vorágine mediática para empezar a mirar, en todos lados, caminando en la calle, en la escuela, en una salida, en el trabajo... prestando atención, abriéndonos a la sensibilidad que llevamos dentro para empezar, de a poco, a pelearle el espacio a aquel (el medio y sus secuaces) que nos dice qué ver, qué comprar, qué debe gustarnos y qué no. Hagámonos cargo.


1- Dussel-Gutierrez, 2006; 14 

2- N d. A: animo a cualquiera que tenga una historia distinta sobre su educación artística a compartirla, pero seamos francos, para la mayoría, la hora de plástica o música era la que no importaba porque, bueno, “era arte”

3- Dussel-Gutierrez, op. citada